CAPÍTULO
XI: A un paso
Su aspecto desmejoró
rápidamente. Julia llevaba días encerrada en su habitación. Su madre se
preguntaba si había hecho bien en confesarle un trozo de su pasado; para ella
todo se debía a la confesión de unos días atrás. Pensaba en lo decepcionada que
debía estar de ella; aunque aquella situación sí, mantenía preocupada a Julia
era otro asunto el que la angustiaba. Con preocupación de madre y viendo que Julia era
incapaz de realizar sus tareas por aquellos días la Sra. Isidora había asumido la
atención de la floristería.
En ocasiones, Julia, trató
de consolarse diciendo que por lo menos la última vez que estuvo junto Gerardo
fue especial. El recordar su cercanía la ruborizaba cada vez que lo hacía. Su pensamiento
en aquella ocasión fue que Gerardo la besaría, la vergüenza que experimentó,
tras sentir solo un beso en la frente, fue infinita.
Consciente que el precio por
seguir ocultando la verdad era demasiado alto, Julia llevaba varios días pensando
en volver hasta el hospital, presentarse ante Gerardo y que él viera por sí
mismo que ella, no era su prima. La decisión que tomó la hizo en un instante.
No podía y mucho menos deseaba continuar así, la vida debía seguir y con paso
firme se dirigió hasta el lugar donde por fin se sabría quién era en realidad.
Su valentía disminuyó a cada
paso; para cuando estuvo frente a la habitación de Gerardo se volvió a
preguntar ¿si todo aquello era necesario?, la respuesta que vino desde su
interior le dejó muy claro que sí. Vivir con temor a ser descubierta no era vida
para nadie. Ya estaba allí, a solo un paso de asumir todas las consecuencias de
sus actos, sin saber de qué manera sus piernas temblorosas le permitían avanzar
para tomar la manilla de la puerta tomó aire con los ojos cerrados; creyendo
que así podría conseguir algo de calma, pero una voz la detuvo de improviso:
—Señorita Julia, necesito
hablarle—la voz del doctor la trajo de vuelta a la realidad—. Me permite unos
minutos en mi consulta, por favor, e hizo una señal con la mano dirigiéndola.
—Doctor, está todo bien. ¿Ha
sucedido algo?—fueron las únicas palabras que lograron salir de su boca.
Sin haber puesto atención,
durante el trayecto, a nadie más que al hombre que tenía frente a ella, Julia
se percató de improviso que ya se encontraba en la consulta del médico;
sabiendo de la existencia de una silla, porque se sentó en ella.
—Tengo malas noticias, para
usted. El señor Gerardo está…no sé cómo decir esto, sin preocuparla. Hace un
par de días quitamos el vendaje a su primo, pero él no puede ver con claridad.
Esto puede ser solo producto del fuerte trauma, sus ojos están en perfecto
estado, pero aún así solo ve sombras, no distingue detalle alguno. Su estado de
ánimo disminuyó de manera significativa, los últimos días las enfermeras se
quejaron de su mal humor; algo muy extraño desde que usted comenzó a visitarle.
—Lamento no haber estado
aquí, debió ser difícil para él—dijo Julia con tristeza.
—Supongo que así debió ser.
Después de esto ha decido dejar el hospital, insistió en salir de aquí lo más
pronto posible. Por lo tanto le he permitido partir esta mañana. Sin embargo,
ha dejado una nota para usted, permítame—sacando algo de su escritorio,
extendió un sobre para Julia—la escribió su secretario.
—Gracias—. Extendió su mano
temblorosamente, impaciente por saber si se trataba de una despedida.
—La dejaré sola señorita, me
he apartado de mis funciones demasiado tiempo.
—Hasta pronto, yo también
espero lo mismo— esperando que la puerta se cerrara por completo se dispuso a
leer la misiva.
Santiago,
22 de diciembre.
Señorita Julia:
Deseo pueda
aceptar la invitación que extendí hace varios días. Sin duda ya habrá recibido
una respuesta por parte de su madre, espero que sea favorable para mí. En estos
momentos no me encuentro bien; necesito de su compañía, como usted se habrá
dado cuenta disfruto mucho de ella.
Dan, mi secretario, esperara
su respuesta que puede ser envia a la dirección que aparece al reverso de estas letras.
Atentamente su primo.
La culpa se hizo presente
una vez más en Julia. Ahora solo deseaba haber estado junto a él aquel día; pensó
en el fuerte dolor que aquella situación debía estar produciendo en él. El
deseo de acompañarle, que era el mismo que él mencionaba en la nota, fue
creciendo a medida que su imaginación trató de acomodar cada uno de los
inconvenientes que su joven conciencia le decía que tendría.
Tener más tiempo para estar
junto a Gerardo era algo que ella no había ni siquiera imaginado. Pero ahí
estaba, una vez más, ideando una manera para acompañarle. De forma fugaz una
respuesta llegó; si su madre ya atendía la floristería durante el día, producto
de la llegada de las vacaciones de verano y de la evidente incapacidad que ella
misma había sufrido varios días por cumplir con sus obligaciones, no vio inconveniente
alguno para expresar su deseo de trabajar lejos de casa cuidando a un niño; de
todas maneras dos ingresos eran mejor que uno solo. Pensó que la casa de
Gerardo quedaba convenientemente lejos de la cuidad y que por dinero no debía
preocuparse. El dinero ahorrado para asistir al teatro era suficiente para
presentarlo como paga a su próxima labor de niñera; sin darse cuenta la suma
había crecido considerablemente, en su rostro afloró un extraño gesto al
recordar la cantidad y expresó en voz alta mientras caminaba:
—Creo que deseaba ir al
teatro todas las noches ¡Y yo quejándome!—dijo con una sonrisa en los labios; al
tiempo que la premura de sus pasos la alejaban del hospital, donde por momentos
creyó ser feliz.