lunes, 26 de noviembre de 2012

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XIV: La cena


El tiempo para que Julia descansara se extendió un par de horas. Gerardo, luego de percatarse del motivo por el cual ella tardó en responder a su llamado, consideró bastante oportuno retrasar la cena para las nueve.

El tiempo que le fue concedido a Julia, resultó más que suficiente para que ella pudiera prepararse de la mejor manera, no solo en cuanto a su elección de vestimenta; sino que también, a lo referido con sus emociones. Controlar la ansiedad que le producía el estar allí fue la tarea más difícil que debió afrontar. En un principio se sintió feliz de llegar hasta donde se encontraba Gerardo, pero la llegada de una mujer, luego que fuese instalada en una de las habitaciones, la llenó de preocupación; su mirada inquisidora, de temor; y su silencio, de incertidumbre. Para cuando fue dirigida hasta el comedor, sus nervios habían cedido, sin embargo, ver nuevamente a la extraña mujer allí le produjo un escalofrío que rápidamente llenó su mente de miedo. Julia, pensó que tal vez, ella conocía a la verdadera prima de Gerardo y que en ese momento la estaba descubriendo ante él.

La sorpresa y alivio inmediato que produjo la actitud tan familiar de Gerardo, le indicaron a Julia, que ninguno de sus temores tenían justificación, en un instante la mujer cambió su actitud y le dedicó una alegre sonrisa, luego al dirigirse a la salida tocó su hombro y le dijo algo que Julia no comprendió, pues hablaba en una lengua diferente a la nuestra, no teniendo tiempo siquiera para memorizar por lo menos una de las palabras.

La cercanía de ambos despertó cierta inquietud en Julia, nada de cuidado, pues la mujer ya lucia ciertas huellas del pasar de los años; su piel estaba delgada y sus ojos demostraban cansancio; el mismo que a cierta edad todos llegamos a demostrar, y su cabello era sin duda una muestra más de ello, su color ya estaba siendo acompañado por otro tono, uno más blanquecino.

Para cuando quedaron a solas la curiosidad de Julia había crecido enormemente. En su cabeza, habían comenzado a nacer toda clase de especulaciones sobre lo expresado por la mujer; no teniendo que esperar demasiado para satisfacer su deseo de saber quién era y el porqué de su actitud tan cercana para con Gerardo, él comenzó la conversación diciendo:

—Ella es mi “Ñuke”, mi “Papai” como le digo con cariño

— ¿Qué significado tiene?, primo no entiendo nada de lo dice.

—Significa “madre”, pero yo prefiero decirle “papai” , aunque significa lo mismo es más afectuoso en su lengua.

—Entonces, ¿entiende lo que ella dijo antes de retirarse?

—Sí, a la perfección—dijo guardando silencio.

—Pero es que no me va a contar lo que quiso decir—dijo Julia con impaciencia—, porque de seguro se trataba de mí, ella tocó mi hombro mientras salía de aquí.

—Sí, se refería a mi queridísima prima. María, dijo que usted tenía los mismos ojos que mi madre.

Sin salir de su asombro, Julia, trataba de no pensar en aquellas palabras, pero su silencio llamó la atención de Gerardo.

—Señorita, su silencio comienza a preocuparme, existe algo que no sea de su agrado.

—No, todo está bien, perdóneme usted. Es que me encuentro un poco cansada.

—Ya veo.., en realidad no muy bien; ¿por qué será que tenemos la costumbre de utilizar palabras que no corresponden?.

—Debe ser porque finalmente las entendemos; y así queramos decir entiendo, comprendo o ya veo para todos los casos da lo mismo.

—En mi caso, créame que no—dijo con una sombra de tristeza en su rostro—, pero cómo no deseo cuestionar el porqué de nada, le haré otra pregunta: ¿se da cuenta que hemos vuelto a tratarnos de usted?

—Sí, y es lo que corresponde—dijo Julia un poco más seria al recordar la escena en el hospital.


—Pero si mal no recuerdo la última vez que nos vimos nada parecía encajar.

—Puede que para usted nada tuviera sentido, sin embargo, yo nunca me tomé tal concesión con usted.

—Es verdad, no lo recordaba claramente—dijo un poco más animado para cambiar la dirección de la conversación, al notar el malestar de Julia con el tema—. Si usted lo desea le permito llamarme como guste.

Aunque en su corazón, Julia, ya no podía llamarlo más que por su nombre no dudó en decir que debían seguir hablándose como siempre lo habían hecho. La renuencia de Gerardo a no dejar el derecho que pensó haber ganado fue derrotada por la razón que impuso ella en aquel momento.

—Está bien, querida prima, usted gana; ahora, cambiemos de tema y dígame que le parecen los cambios que he realizado en la casa, usted, sin duda, debe recordarla muy distinta.

En ese instante, nuestra amiga, comenzó a observar la estancia donde se encontraba. No habría reparado en ella si Gerardo no la hubiese mencionado; lo primero que apreció fue lo espacioso del lugar y lo bien iluminado que se encontraba; las paredes adornadas por varios cuadros, cuya composición un tanto moderna, hacían contraste con los muebles, los que seguramente llevaban más tiempo allí que su actual dueño. La vergüenza de Julia, al sentirse como intrusa al observar tantos lujos, solo se disipó al ver como se asomaba una pequeña sonrisa en el rostro de su anfitrión; quien llevaba muy bien un traje azul que hacía contraste con el color de piel.

—No, no lo recuerdo. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que estuve aquí por última vez? Estoy segura que fue cuando muy niña—respondió una vez que pudo volver en sí
.
—Efectivamente, usted, debía tener cinco o seis años la última vez que estuvo por aquí con su madre. Resulta frecuente que olvide que el único habitante permanente he sido yo. Estar lejos de todo fue la razón por la que me dejé convencer para vivir en la capital; la soledad es algo que no soporto y como usted se habrá dado cuenta el viaje es exageradamente largo; por lo que muy pocos se atreven a venir hasta aquí
.
—Tiene razón en cuanto a la distancia, pero debatiré lo de la soledad. Siempre me he sentido a gusto con ella, el silencio es algo como una necesidad para mí.

—Entonces he estado equivocado, pensé que usted disfrutaba de mi compañía tanto como yo de la suya.

—No tome a mal mis palabras, primo, con usted es diferente. Siento que respeta mis opiniones, aunque sé que en ocasiones pueden estar muy lejos de la verdad.

—Entonces, ¿no tengo de qué preocuparme?, ¿no me va a dejar pronto?, ¿verdad? ¿Hasta cuándo podré retenerla conmigo, prima?

—Creo que tendré que marchar inevitablemente la segunda semana de febrero o si usted mejora antes no tendré inconveniente en hacerlo cuando eso suceda—dijo Julia prevenida, aunque por su mente pasó también la posibilidad que si él mejoraba antes, y sentía un afecto verdadero por ella para ese entonces, podría perdonar su mentiras y apreciar su preocupación.


El hecho que ambos guardaran silencio atendía a razones distintas, por su parte Gerardo lo guardó para complacer a su querida Julia; mientras, que ella lo hizo por temor a que su conciencia la traicionara y comenzara a habar de todo con sinceridad; pero no por ello la cena dejo de estar frente a ellos y ser objeto de sus atenciones también. Por momentos, Julia, sentía como la mirada de Gerardo se posaba sobre ella, aunque sabía de antemano que él solamente podía ver sombras no pudo evitar el sentirse nerviosa, sabiéndose observada de un modo u otro.

Hacia el final de la velada se dirigieron a la biblioteca, lugar donde ambos conversaron animadamente sobre el viaje, la salud y sus familias.

Cuando, Julia, tras un extenuante día, llegó a descansar a su habitación tuvo la necesidad de analizar todo lo sucedido, pero su cuerpo reclamaba descanso; por lo que vio imposible el hecho de ahondar en detalles. Para la mañana siguiente Gerardo le había prometido dar un paseo por los alrededores, invitación que ella no pudo declinar, a pesar de la hora en que debían comenzar. La curiosidad de conocer aquellos lugares pudo más que su deseo de descansar, pues ella, momentos antes de su arribo, se había quedado dormida y cuando bajó del transporte, ya había oscurecido.

lunes, 19 de noviembre de 2012

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XIII: La espera


A, Gerardo, le costó varios días recuperar su buen humor, tras la decepción que se llevó una vez fueron retiradas las vendas. Aquella situación le hizo sentir que caía en un pozo profundo, donde la oscuridad sería su única compañía. Un momento antes de lo sucedido, él tenía asumido que no volvería a estar con Julia, pues se había convencido a sí mismo que no volver a encontrarse era lo mejor para los dos, pero cómo enfrentar algo así, solo. Su egoísmo lo sorprendió, recordó los gritos que dio para que todos salieran de su habitación; en aquel momento ni siquiera escuchó las recomendaciones y excusas que el doctor trataba de darle para que se calmara, lo único que deseó fue estar solo, pero los recuerdos que involucraban a Julia se hicieron más presentes que nunca y durante ese día fueron toda su compañía.

Por qué razón necesitaba a Julia, él sabía que estar junto a ella no sería fácil. Sentía demasiado rencor por lo sucedido con sus padres, pero ¿por qué debían ellos pagar los errores de otros?, aquella pregunta fue decisiva para que tomara una determinación. La excusa se presentaba por sí sola, la vida le daba una oportunidad para sanar sus heridas y perdonar. Pero perdonar qué, si después de todo él no fue el afectado ni ella la causa de los males.  

Si él estaba en lo correcto, Julia, volvería en pocos días para enfrentarlo con la verdad, pero como eso no era lo que deseaba había apresurado su salida y, con insistente terquedad le había dado al doctor varias excusas para no permanecer ni un minuto más en aquel lugar. Desde que ella dejó de visitarlo se había dado cuenta de lo frío y solitario que podía llegar a ser un hospital. ¿Cómo había olvidado los primeros días que permaneció allí?, sin duda ella tenía mucho que ver, porque: desde hacía tiempo, desde aquella vez en el parque; desde que ella le había hechizado más tarde (única excusa razonable que encontró ante la creciente necesidad de estar junto a ella), ya no lo estaba. Por su cabeza comenzaban a rondar dudas de si se podría tratar de amor.

— ¿Amor?, no seas ridículo Gerardo—se dijo a sí mismo, una tarde en que esperaba a que su secretario le trajera la respuesta que por varios días había esperado—. ¿Cómo? si en el amor no hay engaños y eso es lo que hemos estado haciendo los dos, engañándonos.

Luego que Dan, leyera la carta donde Julia confirmaba que estaba dispuesta a acompañarle por los dos próximos meses, percibió como una extraña sensación de felicidad lo embargaba. En un instante, el pensamiento que le pareció tan absurdo anteriormente fue confirmado en su interior. Sí, lo que sentía por Julia era amor. No había otra explicación. La insistente necesidad de permanecer junto a ella ya había superado por mucho la atracción y el deseo que cualquier mujer, con anterioridad, hubiera despertado en él.


 
 
Llevar varias horas sin poder estirar las piernas fue lo que más incomodó a Julia del viaje en tren; alrededor de las siete de la mañana se había instalado muy cerca de la puerta para no hacer esperar a quien llegara a buscarla. El sonido que emitió uno de los caballos le dio la señal de que ya era hora de partir. Trató de salir sigilosamente de casa para no despertar a nadie, pero desde la escalera la voz de su madre le sorprendió de manera especial.

—Hija, espero que te traten muy bien. Si no te sientes cómoda, no dudes en regresar; ellos no tienen por qué saberlo, pero tú…eres uno de mis tesoros, el más preciado.

—No se preocupe mamá. Estaré bien—fue lo único que Julia logró decir ante la sorpresa de ver a su madre, lo que no impidió que corriera a sus brazos.

Aquel abrazo de despedida fue especial para ambas. Nunca hasta ese entonces se habían separado, ni en los momentos más difíciles la Sra. Isidora imaginó que estaría lejos de sus tres hijas, aunque para ella Jane y Ema estaban viviendo seguras y felices; la incertidumbre de no conocer a la perfección el lugar donde se dirigía Julia, la llenaba de angustia. En silencio madre e hija se separaron; y mientras una se dirigía a la salida pidiendo perdón por sus actos, la otra no dejaba de encargarle a Dios que cuidara de ella.


Bajo el influjo de los recuerdos de su despedida en casa, Julia, fue sorprendida por una mujer que paseaba por los vagones de manera casi familiar que comenzó a entablar conversación con ella. Le preguntó si era la primera vez que viajaba hasta la cuidad, porque su cara no le era familiar. Julia, respondió extrañada por la actitud de la mujer, acción que nuestra amiga comprendió más tarde, pues se enteró por boca del cochero que se trataba de Isidora Goyenechea, una mujer importante en la región. Que no solo se había dedicado a dirigir la explotación de las minas de carbón en la zona sino que además se había preocupado, desde la muerte de su esposo, a mejorar la vida de los mineros y que era querida y respetada en la zona.  

El viaje desde la estación de trenes había sido más tedioso y agotador que el anterior. En muchas ocasiones Julia se preguntó ¿cuánto faltaría para llegar? En su última detención el cochero le dijo que faltaba alrededor de una hora, y el tiempo ya estaba a punto de expirar; cuando el sol comenzaba de entregar sus últimos rayos del día, Julia, luego de haber pensado cómo sería recibida por Gerardo, si estaría siendo esperada con la misma ansiedad con que ella deseaba verle, si sería capaz de aclarar todo, sus ojos, se cerraron lentamente sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo. Convencida que las cosas tendrían que hacerse cuando llegara el momento, y no antes, cayó en un profundo sueño.

Al poco tiempo, sintió como su conciencia la reclamaba en una especie de murmullo, pero se preguntó por qué se llamaba con una voz que no era la suya; —un sueño—se dijo. Pero la voz insistió en no permitirle descansar.— ¡A callar!—se dijo con autoridad, sin embargo, bajo aquella insistencia suya de no permitirse dormir, abrió los ojos. Ver sorpresivamente a Gerardo la hizo ruborizar, no solo porque estar frente a él la llenó de felicidad, sino que además, comenzó a preocuparle de que seguramente su aspecto, en ese momento, no era el más apropiado para que se volvieran a encontrar. — ¡Por Dios!, ¿qué aspecto tendré?—se dijo, mientras trataba de acomodar lo mejor que podía su ropa y peinado—. ¡Seguramente te vez horrible, Julia!—, le respondió la voz de su propia vanidad.

Contempló, con sorpresa, la sonrisa que amablemente Gerardo le ofrecía. Solo en ese instante se detuvo; su alivio fue inmediato al percatarse que por lo menos él no se enteraría de cómo lucía aquella noche.  

 

domingo, 4 de noviembre de 2012

La verdad de una mentira



 CAPÍTULO XII: Preparativos


Varios días y exposiciones de un sinfín de convenientes razones fueron los que necesitó Julia para convencer a su madre que le permitiera trabajar lejos de casa; a ella le extrañó de inmediato la recuperación tan repentina del buen ánimo y el  entusiasmo mostrado por su hija. Hace tan solo unos días la había visto prepararse para dar un paseo como si se dirigiese a recibir la sentencia de muerte; la había visto partir con los ojos inundados en lágrimas, pero que con una pared de dignidad cubría muy bien para que no cayeran.

El rostro de Julia, se iluminó de inmediato al recibir el sí que por varios días esperaba, salió corriendo escaleras arriba para escribir o más bien coger la nota que, desde el mismo día en que recibió de manos del doctor la noticia, tenía redactada sobre su mesita de noche.

Con cada paso que dio hasta el correo se fue dando cuenta que si enviaba una nota por aquel medio tardaría en recibir una respuesta por lo menos otro día más en estar junto a Gerardo, por lo que su decisión de enviarla con uno de los niños que siempre estaban fuera de aquel lugar ofreciéndose para realizar la misma labor que el correo, pero en menor tiempo, la llevó a buscar un rostro entre ellos que le produjera cierta confianza. Pasó varios minutos buscando un candidato para aquella labor, pero la apariencia de aquellos muchachos más bien despertaron otras dudas en ella; cómo podían sus padres permitirles estar así todo el día; sin asistir al colegio y luciendo ropas tan sucias. De pronto recordó la injusticia de la sociedad, sin dinero no existía la posibilidad de educarse y mucho menos otra opción que el rebuscar como sobrevivir el día, día. Un jalón en su vestido la hizo regresar a la realidad, un muchachito que no parecía tener más de ocho años, le preguntaba si podía ayudarla en algo, que para eso estaba él ahí. Julia, lo miró de reojo tratando de encontrar eso que buscaba para realizar su encargo, confianza; pero la voz del muchacho resonó una vez más diciendo que si no estaba allí para pedir sus servicios era mejor que se fuera y no le hiciera perder el tiempo.

La sorpresa que se llevó al escuchar tal cantidad de palabras dichas de manera tan grosera hizo que Julia ideara otra forma de hacer llegar la nota, queriendo asegurarse por ella misma que sería recibida por el secretario de Gerardo.

—Niño, conoces está calle—dijo decidida.

—Si usted supiera cómo funciona todo esto—le respondió el niño extendiendo sus brazos enseñándole a sus demás compañeros— debería saber que antes de responderle yo debo tener algo en mis manos que me ayude a recordar.

—Está bien—le dijo Julia, resignada mientras rápidamente sacaba una moneda de su bolso—, espero que sea suficiente.

—Sí, por el momento—el muchacho le respondió con una cara de felicidad mientras examinaba la autenticidad de la moneda—; ¿desea que lleve algo por usted?

—No, bueno en realidad sí. ¿Podrías guiarme hasta allí?

—Claro, siempre y cuando me dé dos más como ésta—poniendo frente a sus ojos la moneda que recién le había dado Julia.

—Está bien—el tiempo seguía corriendo, y no deseaba arriesgarse perdiendo ni un instante más, aunque sabía de sobra que el correo le hubiera costado solo la tercera parte de aquella suma.

Sacó de su bolso el monto acordado, pero al ver la cara de aquel pilluelo decidió darle solo la mitad.

—El resto te lo daré cuando me hayas hecho otro favor—le dijo con satisfacción al darse cuenta que ella era quien poseía el control, una vez más.

—Está bien, sígame; eso…si puede mantener mi paso—le dijo medio burlón a medida que comenzaba a dar zancadas bastantes poco creíbles para alguien de su edad.

Para cuando Julia recuperó el aliento, el muchacho ya había dejado su encargo en manos de la mujer que salió a abrir la puerta de la casa de Gerardo. Ella, se había formado una idea de la posición de Gerardo cuando su amiga, Eloísa, le contó todo lo que sabía y de la preocupación de varias familias de su círculo por emparentar con él. Bien, su imaginación había quedado muy pequeña, pues vivir en aquel sector de la cuidad, donde todas las casas fueron encargadas a constructores extranjeros; quienes bajo una influencia europea y específicamente francesa habían logrado darle un aire neoclásico con grandes mansiones y jardines, era un lujo que solo una parte de la sociedad de Santiago se podía permitir.

—Ahora, deme lo mío, señorita—le decía el muchacho, evidentemente más angustiado al percatarse que Julia parecía no oírle—. ¡Quiero mi dinero!     

—Oh, desde luego. Toma y gracias por tu ayuda—dijo sacando de su bolso la última parte del trato.

—Bueno, si necesita nuevamente mi ayuda ya sabe donde puede encontrarme—le dijo el niño, mientras le ofrecía una sonrisa que delataba la falta de varias piezas dentales producto de su corta edad.

Julia, regresó a casa esperanzada en que la respuesta no se haría esperar demasiado; y no se equivocó. Por la mañana del viernes recibió de manos del propio Dan las instrucciones que debería seguir; a pesar de su imponente presencia, Julia, no se intimidó al verle; sus ojos reflejaban cierta bondad que su semblante y su voz, más bien áspera, ocultaban de manera magistral.

Ver correr a Julia por las escaleras para luego encerrarse en su habitación, era una costumbre de la que su madre y hermano ya habían comenzado a acostumbrarse. Tras cerrar la puerta comenzó a pensar en qué llevaría para el viaje, exactamente no sabía hasta dónde iría, así que creyó que a pesar de la estación sería bueno llevar varias prendas que fueran funcionales para cualquier clima. Su guardarropa no era muy amplio; después de todo, ese fue el motivo final al que se aferró para convencer a su madre y obtener el permiso para trabajar lejos de casa.   

Conforme miró todo lo dispuesto para su viaje; Julia, sabía que para cuidar a Gerardo no necesitaba más que su deseo de acompañarle. Mientras, tomaba una vez más la nota que anunciaba el día lunes como el inicio de su viaje, comenzó a pensar de qué manera compensaría a su madre por todo aquel engaño; no sin antes sentir la emoción de recordar aquellos ojos que desde su primer encuentro la habían cautivado.