domingo, 2 de septiembre de 2012

La verdad de una mentira


CAPÍTULO VIII: Momentos a solas

El tiempo para acompañar a Gerardo estaba llegando a su fin; en solo dos días le quitarían las vendas, y Julia no sabía si sería capaz de estar allí y enfrentar la realidad. Lo que pensaran de ella no le importaba, en su cabeza solo rondaba la sombra del desprecio que sentiría el hombre, al que ella, le había entregado el corazón.
     
Llegar puntual a su visita de la tarde había tomado una importancia significativa para ella, ese sería el último día que iría a verle. El miedo la embargó luego de su conversación con Eloísa e hizo que Julia comenzara a sentir aún más el terrible peso de su  conciencia; cuya presencia, hasta ese entonces, había querido ignorar. “—La verdad la alcanzará, y puede que en ese instante sea demasiado tarde para dar explicaciones—“; las palabras de su amiga no dejaban de rondar en su cabeza. ¿Cómo había sido capaz de llegar tan lejos? Ahora, era demasiado tarde para comenzar a dar explicaciones, porque ya no solo estaba el hecho de decir que era su prima, sino que había creado toda una vida al responder las preguntas que Gerardo le hacía.

Una vez dentro de la habitación no pudo evitar mirar a Gerardo y el deseo, de lanzarse a sus brazos, que se apoderó de ella debió ser contenido por la sorpresiva propuesta que él le hizo.

— Querida Julia, me he preguntado toda la mañana si... ¿Usted, estaría dispuesta a aceptar quedarse en mi casa?; claro, una vez que yo salga de aquí.  

— ¡Cómo dice!— respondió muy sorprendida.

— Le pregunté: ¿si usted desearía acompañarme a casa una vez que salga de aquí?, recuerde que mañana me quitaran estas cosas— Gerardo, señaló las vendas que cubrían parte de su cabeza—, y usted debe estar aquí para que pueda ser una de las primeras personas a quien vea.
— Creo, que nada de lo que me dice será posible— dijo un poco molesta consigo misma desaprovechando la oportunidad de hablar antes de ser sorprendida por los ojos de Gerardo.

— Pero ¿cómo?, ¿no logro entenderla? Todos los días me ha dicho que ya debe marcharse, que está siendo una molestia en casa de su amiga, que lamentaría partir antes de que yo me recuperase.

— Soy consciente de todo lo que he dicho durante mis visitas, pero no debería tomar tan en serio mis palabras, usted, sabía que yo regresaría a casa mañana temprano y también que no sabía si podría visitarle nuevamente.

— Ya lo sé; por lo mismo, le estoy diciendo esto ahora. Cuando esté con su madre, dígale que su sobrino se encuentra muy solo, que necesita con urgencia la compañía de alguien de su familia y, que usted es la persona indicada para cuidarle; ya verá que no tendrá más remedio que dejarla venir.

— No le prometo nada. Lo pensaré y si lo considero necesario le comunicaré su petición a mamá.

El largo silencio que acompañó los pensamientos de ambos les impidió percatarse que el tiempo seguía su curso natural.

Cuando retomaron la conversación, ambos, lo hicieron conscientes de que aquella sería la última entre ellos.

— Prométame que vendrá pronto.

— Trataré de hacerlo— el nudo en la garganta de Julia le impidió hablar con claridad—, no puedo prometerle nada; si he de ser sincera no sé cuando volveré.
— Le pido me ayude, prima— le dijo de improviso, mientras se sentaba al borde de la cama y  extendiendo sus brazos, para encontrar a Julia, tomó una de sus manos.

— ¿Qué piensa hacer?

— He recordado que nunca he tenido el privilegio de pasear junto a usted, ahora de adulto— aclaró—, y considero que al no saber con exactitud ¿cuándo será nuestro próximo encuentro? no debo desaprovechar esta oportunidad que me da la vida

Ella, le tomó fuertemente la mano y le ayudó a incorporarse; luego, él comenzó a caminar apoyado en el brazo de Julia. Llegó un momento en que Gerardo, no resistió la angustia después de haber pensado que ya no volverían a saber el uno del otro, y se detuvo buscando una manera de quedar frente a ella; así que la tomó por los hombros. El nerviosismo de Julia ante aquella situación se hizo notar en el leve color rojizo que tomó su rostro y en su entrecortada respiración. 

— ¿Qué hace?— dijo Julia con el hilo de voz que aún le quedaba.

— He estado pensando en una manera de agradecerle su compañía— dijo un poco divertido al sentir la agitación que producía en Julia con su cercanía.

— No veo razón para ello— agregó un poco molesta con la actitud de Gerardo.   

— Puede que una persona con tu espíritu no lo considere necesario, pero déjame decirte, querida prima, que nadie puede dejar pasar una actitud como la que has tenido conmigo, más considerando que no existe obligación alguna de tu parte.

Julia, no podía creer que él le estuviera hablando íntimamente. Aquella señal de confianza la incómodo aún más.
— Sabes, desde que llegaste a visitarme he tenido deseos de hacer algo— agregó, acercándose más a Julia.


Julia, quedó completamente desarmada ante aquellas palabras. Su cuerpo, no respondió al impulso de salir de la habitación y permaneció en silencio; permitiendo que Gerardo, con una de sus manos, comenzara a recorrer suavemente su rostro. Con una sonrisa por parte de él, el cuerpo de Julia se estremeció por completo y en su cabeza, no dejó de dar vuelta una idea; sin duda, él la besaría.