CAPÍTULO
VIII: Momentos a solas
El tiempo para acompañar a
Gerardo estaba llegando a su fin; en solo dos días le quitarían las vendas, y
Julia no sabía si sería capaz de estar allí y enfrentar la realidad. Lo
que pensaran de ella no le importaba, en su cabeza solo rondaba la sombra del
desprecio que sentiría el hombre, al que ella, le había entregado el corazón.
Llegar puntual a su visita
de la tarde había tomado una importancia significativa para ella, ese sería el
último día que iría a verle. El miedo la embargó luego de su conversación con
Eloísa e hizo que Julia comenzara a sentir aún más el terrible peso de su conciencia; cuya presencia, hasta ese entonces,
había querido ignorar. “—La verdad la alcanzará, y puede que en ese instante
sea demasiado tarde para dar explicaciones—“; las palabras de su amiga no
dejaban de rondar en su cabeza. ¿Cómo había sido capaz de llegar tan lejos?
Ahora, era demasiado tarde para comenzar a dar explicaciones, porque ya no solo
estaba el hecho de decir que era su prima, sino que había creado toda una vida
al responder las preguntas que Gerardo le hacía.
Una vez dentro de la
habitación no pudo evitar mirar a Gerardo y el deseo, de lanzarse a sus brazos, que se apoderó de ella debió ser
contenido por la sorpresiva propuesta que él le hizo.
— Querida Julia, me he
preguntado toda la mañana si... ¿Usted, estaría dispuesta a aceptar quedarse en
mi casa?; claro, una vez que yo salga de aquí.
— ¡Cómo dice!— respondió muy
sorprendida.
— Le pregunté: ¿si usted
desearía acompañarme a casa una vez que salga de aquí?, recuerde que mañana me
quitaran estas cosas— Gerardo, señaló las vendas que cubrían parte de su cabeza—,
y usted debe estar aquí para que pueda ser una de las primeras personas a quien
vea.
— Creo, que nada de lo que
me dice será posible— dijo un poco molesta consigo misma desaprovechando la
oportunidad de hablar antes de ser sorprendida por los ojos de Gerardo.
— Pero ¿cómo?, ¿no logro
entenderla? Todos los días me ha dicho que ya debe marcharse, que está siendo
una molestia en casa de su amiga, que lamentaría partir antes de que yo me
recuperase.
— Soy consciente de todo lo
que he dicho durante mis visitas, pero no debería tomar tan en serio mis
palabras, usted, sabía que yo regresaría a casa mañana temprano y también que no
sabía si podría visitarle nuevamente.
— Ya lo sé; por lo mismo, le
estoy diciendo esto ahora. Cuando esté con su madre, dígale que su sobrino se
encuentra muy solo, que necesita con urgencia la compañía de alguien de su
familia y, que usted es la persona indicada para cuidarle; ya verá que no
tendrá más remedio que dejarla venir.
— No le prometo nada. Lo
pensaré y si lo considero necesario le comunicaré su petición a mamá.
El largo silencio que
acompañó los pensamientos de ambos les impidió percatarse que el tiempo seguía
su curso natural.
Cuando retomaron la
conversación, ambos, lo hicieron conscientes de que aquella sería la última
entre ellos.
— Prométame que vendrá
pronto.
— Trataré de hacerlo— el
nudo en la garganta de Julia le impidió hablar con claridad—, no puedo prometerle
nada; si he de ser sincera no sé cuando volveré.
— Le pido me ayude, prima—
le dijo de improviso, mientras se sentaba al borde de la cama y extendiendo sus brazos, para encontrar a
Julia, tomó una de sus manos.
— ¿Qué piensa hacer?
— He recordado que nunca he
tenido el privilegio de pasear junto a usted, ahora de adulto— aclaró—, y
considero que al no saber con exactitud ¿cuándo será nuestro próximo encuentro?
no debo desaprovechar esta oportunidad que me da la vida
Ella, le tomó fuertemente la
mano y le ayudó a incorporarse; luego, él comenzó a caminar apoyado en el brazo
de Julia. Llegó un momento en que Gerardo, no resistió la angustia después de haber pensado que
ya no volverían a saber el uno del otro, y se detuvo buscando una manera de
quedar frente a ella; así que la tomó por los hombros. El nerviosismo de Julia
ante aquella situación se hizo notar en el leve color rojizo que tomó su rostro
y en su entrecortada respiración.
— ¿Qué hace?— dijo Julia con
el hilo de voz que aún le quedaba.
— He estado pensando en una
manera de agradecerle su compañía— dijo un poco divertido al sentir la
agitación que producía en Julia con su cercanía.
— No veo razón para ello—
agregó un poco molesta con la actitud de Gerardo.
— Puede que una persona con
tu espíritu no lo considere necesario, pero déjame decirte, querida prima, que
nadie puede dejar pasar una actitud como la que has tenido conmigo, más
considerando que no existe obligación alguna de tu parte.
Julia, no podía creer que él
le estuviera hablando íntimamente. Aquella señal de confianza la incómodo aún
más.
— Sabes, desde que llegaste a
visitarme he tenido deseos de hacer algo— agregó, acercándose más a Julia.
Julia, quedó completamente desarmada ante aquellas palabras. Su cuerpo, no respondió al impulso de salir de la habitación y permaneció en silencio; permitiendo que Gerardo, con una de sus manos, comenzara a recorrer suavemente su rostro. Con una sonrisa por parte de él, el cuerpo de Julia se estremeció por completo y en su cabeza, no dejó de dar vuelta una idea; sin duda, él la besaría.