viernes, 31 de octubre de 2014

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XXVIII: Caminos

El temprano movimiento en la iglesia de San Lázaro, había llevado a más de un curioso a contemplar la llegada de los invitados a la ceremonia con que Eloísa y Fernando unirían su futuro. El escaso tiempo con que contaron sus familias para los preparativos, no sirvió de excusa a sus madres; que haciendo gala de sus gustos se empeñaron en conseguir todo lo dispuesto unos días antes del plazo. La sencillez alcanzada, recogió, aún en contra de la opinión de ellas, el anhelo de los novios. El pasillo principal, que a esa hora se veía iluminado por el sol, conducía un camino adornado por telas y flores blancas; frente al altar, el espacio reservado para los novios había sido ocupado a la hora indicada.

El nerviosismo que había acompañado a Eloísa desde que saliera de casa se disipó una vez que su mano fue recibida por Fernando. Reconocer a muchas personas que consideraba importante en su vida la reconfortó mientras avanzaba hacia él.

Las sonrisas cómplices, que no consiguieron alejar durante toda la reunión, se hicieron más notorias cuando el sacerdote oficializó su enlace. Con la bendición recibida, a medida que se alejaban del altar, alguno de los asistentes, los más cercanos a la puerta, se apostaron en la salida de la iglesia para cumplir con una de las muchas tradiciones que podría asegurarles un futuro próspero y feliz.

Para el círculo cercano de la familia Sotomayor fue todo un descubrimiento la renuncia de Eloísa. Ya en las mentes con menor grado especulativo se había asentado la idea que aquella muchachita callada y seria, se quedaría para vestir Santos; no podían siquiera imaginar la razón que la propia Eloísa podría haberles dado unos meses atrás. Sosteniéndose en aquel pensamiento, tan popular a esa altura, muchos se acercaron a sus padres para darles a conocer la buena elección de su hija. No cabe duda que en su mayoría podrían ser madres envidiosas, anhelantes de un mejor futuro para sus hijas; dispuestas a tranzar con el hermano del novio.

Carlos, analizando en cómo abordar a Jane, se encontraba ajeno a otros pensamientos. Los suyos venían gestándose días atrás, cuando Gerardo lo hacía participe de sus tantas excusas para visitar la casa de su abuelo. Poco a poco fue entregándose a la extraña sensación que la señorita Domínguez producía en él; porque, sin contar el día en que fueron presentados, deseaba sorprenderla. Le encantaba el titubeo que conducía a Jane cuando se presentaba en la casa; la máscara de indiferencia que veía caer al alentar una sonrisa.

Al tiempo que encontró fascinación en una personalidad tan distinta a la suya; la actitud de ella, incluida las sonrisas, la convertían en inalcanzable. Su comportamiento se había tornado incomprensible; los últimos días le buscaba como una especie de acompañante silencioso del que no se esperaba una utilidad distinta a la de un sombrero u otra prenda que puede entregar seguridad al atuendo de una mujer.

Para Ema la aparición repentina de su esposo la inquietaba, más por la insistente solicitud de saber el destino de todos los integrantes de la familia; que por su entusiasmo de hacerse notar en la sociedad que, según él, le tenía un espacio reservado desde siempre.

Frente a los ojos atentos de la señora Isidora el cambio producido en sus dos hijas mayores no tardó en manifestarse, la angustia de una guardaba el mismo desasosiego que en la otra; notando en la actitud de su desconocido yerno una inusual desproporción frente al porvenir de Jane. La infelicidad percibida no tardó en encaminarse. Decidida a conocer hasta el último detalle solicitó informes de la vida que llevaron sus hijas fuera del hogar. Y como las finanzas era lo menos significativo en todo el asunto, los reportes recibidos no fueron de utilidad.

En virtud de que si se busca, por lo general, se encuentra… el interrogatorio al que había sometido a Jane la noche anterior tuvo sus frutos con un mínimo esfuerzo. Escuchar todo por lo que habían pasado sus hijas acrecentó la desconfianza que sentía por Daniel. Como decisión inicial adoptó el firme propósito de separarlos. Ema no podía seguir unida a un hombre que con sus actos no hacía más que ofenderla; un hombre con incapacidad para limitarse, que solo buscaba satisfacer sus deseos y que trataba de orillar al infortunio a la hermana de su esposa.

Con el simple hecho de abandonar la ignorancia, la ventaja que llevaba la señora Isidora por sobre su yerno era abismante. Sin que Daniel imaginara el verdadero significado de las deferencias que recibía, ella había comenzado a preparar el camino que tendría a bien recorrer el resto de la vida una vez que le presentara las opciones.  

El secreto que atormentaba a Jane, finalmente, encontró con quien descansar. Y si bien comprendía las consecuencias, encontrar un apoyo alivianó su carga. Actuar con libertad frente a Carlos ya no era un deseo lejano; en su interior, albergaba la esperanza de encontrar correspondencia a sus sentimientos. Pensando que unas horas harían la diferencia trató de varias formas en desprenderse del brazo de su madre que insistía en mantenerla a su lado. Encontrar la ocasión requirió de paciencia y un empeño algo infantil; el insistir con muecas de niña regañada fue la tarea que emprendió desde el momento en que lo ubicó al otro lado de la iglesia.    

La sorpresa con que Carlos recibió la inusual alegría de Jane, motivó que una sonrisa alejara la necesidad de las palabras. Sin embargo, que tal acontecimiento se hubiese dado en un lugar público, fue un hecho que lamentaron ambos.

De los escasos asistentes que aún permanecían dentro de la Iglesia, que Julia y Gerardo fuesen uno de ellos no causaba extrañeza en ninguno de los dos. A Julia, le bastó leer la carta para disipar el enfado que le produjo el no disfrutar de la ceremonia debido a la irrupción de Gerardo en un momento tan importante para su amiga. La mirada que él solicitaba requería de valor; al cual estaba segura de alcanzar solo con el tiempo y una vez que la inexplicable postergación de contar todo lo sucedido a la señora Isidora llegara a su fin aquella noche. Sin tener claro cómo afrontar la situación, se acercó a Gerardo; quien debió frenar el impulso de abrazarla luego de escuchar una confesión que se igualaba con la suya respecto al sentimiento que les unía.

No es que en esencia se les pudiera tachar de egoístas a los novios, pero si hubiesen tenido conocimiento de los nuevos lazos tejidos alrededor de los suyos, no podrían haber sentido mayor felicidad que la obtenida con el inicio del viaje que habían decidido emprender. 


domingo, 12 de octubre de 2014

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XXVII: Lo importante

Esta podría no ser la ocasión para hablar de nosotros. No tengo la intención de entregar razones con lo que escribo; porque las personas suelen comportarse de forma extraña y en mi cabeza tenía una figura diferente a la que muestras hoy.




Resulta doloroso darme cuenta como tus ojos esquivan mi mirada; la renuencia que encontraron desde que supiste la verdad se ha vuelto el peor de los castigos. No comprendo tu actuar, me gustaría saber qué sucesos esperabas si hubiese ignorado todo desde un comienzo; ¿tendrías la misma esperanza que guardo?; ¿quizás estas líneas fueran para mí?; ¿los papeles se habrían invertido? Si expreso lo diferente que estás es relacionándote con la mujer que emprendió un camino difícil por ayudarme, dispuesta a dejar a un lado su propia vida, apartándose de las convenciones.

Hace unos días consentiste en afirmar que sentías algo por mí, no puedo referirlo con exactitud porque lo dijiste sin palabras. Por mi parte me atrevo a decir, sin temor, que te amo.

Lo que es verdad no se puede negar: lo que vivimos nació de una mentira. Sé que nunca actuaste falsamente conmigo, porque la persona que estuvo a mi lado eras tú. Confío en quien eras… en quien eres, que jamás mentiste. Si existe un culpable… ése soy yo. Desde un principio supe la verdad y confieso que quise saber hasta dónde llegabas. Por un tiempo disfracé tu preocupación por mí. No creo que pueda expresar la vergüenza que siento al escribir estas líneas, sé que podrías odiarme, pero si he de ser franco: por mucho tiempo deseé atribuir tu comportamiento a la misma naturaleza de tu madre y a la de mi padre.

En todo, quien ha decidido has sido tú y justamente lo haces ahora; condenándonos. Permíteme mostrar lo que puedo hacer. No dejes que nuestra historia acabe por temor; si te preocupan las consecuencias luchemos juntos. Después de todo es a nosotros a quienes necesitamos.

Si es por el qué dirán… te advierto lo poco que me preocupa, sin embargo, si esto es importante para ti, nadie tiene por qué saber lo que ocurrió entre nosotros. Será un secreto; comenzaremos otra vez. Lo que no puedo sugerir es olvidar lo vivido, acabaríamos con una parte de lo que nos une, y nuestra historia se construye desde el primer momento. Desde el día en que me burlé de ti; en ese instante, una duda surgió dentro de mí y quise descubrir quien eras, enterarme de tu vida. Al saber todo lo que encerraba tu existencia, el desconcierto me aprisionó. Sin embargo, no pude alejarme como lo exigía la razón porque nuestra unión la he atribuido siempre al destino. Y sí… mis palabras sonaran ajenas a un hombre que no guardaba esperanzas, pero en el momento que llegaste al hospital un nuevo mundo se reveló.

El egoísmo al que no he querido referirme y que ha quedado expresado en cada una de mis palabras lo seguirás viendo porque quisiera que las personas a punto de cambiar sus vidas fuésemos nosotros; que el vestido blanco lo llevaras tú; que mi mano recibiera la tuya y que nadie cuestionara nuestro amor.

Mas hoy, me conformo con una mirada que hable de tu comprensión respecto a que el pasado, por más que se quiera, no se puede cambiar; que la parte del futuro que nos corresponde no podemos conocerla aún; y que guardas la esperanza de mejorar nuestro presente. 




Incomprensiblemente tuyo, Gerardo.



lunes, 28 de julio de 2014

La verdad de una mentira



CAPÍTULO XXVI: Verdades

Ver a Gerardo en aquella habitación provocó que una evidente falta de fuerza la afectara. Consciente de que una caída no le ayudaría a mantenerse serena y así pasar inadvertida, allegó sus piernas titubeantes al sofá más próximo. Por momentos sintió que no lo lograría. Sin saber qué hacer o cómo actuar, las preguntas que comenzaron a llenar su mente trajeron recuerdos que de pronto respondieron gran parte de ellas.

La historia de la familia de Gerardo no le era ajena después de todo. El hombre del que le habló su mamá, era precisamente el padre de Gerardo. La mujer, de la que con tanto desprecio se refirió la señora Isidora era su adorada madre; la otra mujer de la historia, quien había tomado un lugar que no le correspondía y que posteriormente fue infeliz por ser quien más amó, era su tía; la madre del hombre que ella amaba. Su mundo se vino abajo ante una perspectiva tan sombría. Se preguntaba, ¿cómo podría decirle la verdad? Ya no solo estaba el hecho de mentirle sino que, además, su madre había contribuido directamente a la infelicidad de su familia.


Los cabos que logró anudar en aquel pequeño momento de lucidez, trajeron a su memoria el incidente en la casa de campo. El extraño sueño que tomó como un absurdo, la llenó de dudas. ¿En verdad habría tenido lugar aquel suceso?; y si fue así ¿por qué Gerardo no le confirmó que era cierto?; el recuerdo de la actitud de él le hizo desechar toda duda. ¿Qué sentido tendría ocultarle una información así; si él pensaba que ella, en ese tiempo, era efectivamente su prima?

Las presentaciones y reencuentros dejaron de lado toda formalidad, después de todo, y como Mercedes alegaba a su favor, eran familia. Le alegraba tanto saber que tenía tantas primas, aunque sabía de sobra que solo tenía una, pero aquello no le importaba, pues ya dejaba de ser la única mujer en la familia y esa perspectiva la llenaba de planes y proyectos para el futuro.

La alegría que llenó casi por completo la habitación fue una excusa perfecta que Gerardo aprovechó para acudir al lado de Julia. Ella sin saber cómo actuar en ese instante no supo en qué momento las palabras habían comenzado a fluir y una pequeña conversación se había dado entre ellos, ya no como los enamorados que habían jurado volverse a encontrar sino como los recién conocidos que eran. La sorpresa de que Gerardo le tomara la mano no dejó indiferente a nadie y mucho menos la respuesta que éste dio ante las miradas curiosas.

—Nosotros ya nos conocíamos, nos vimos hace meses en el parque. Claro, sin saber lo que éramos. En ese entonces me atreví a darle un pequeño consejo a mi prima y por lo que recuerdo no tomó a bien mi atrevimiento.  

—Se equivoca usted, no sabe cuán útil ha sido para el bienestar de nuestra familia aquél encuentro —logró decir algo incómoda luego de pensar que ni aún Gerardo tenía conocimiento de todo lo ocurrido entre ellos.

Una vez que el interés por saber en detalle las circunstancias bajo las que se habían conocido fue satisfecho, la atención se desvió hacia los recuerdos no vividos producto de la separación de la familia. Mercedes, no dejaba de expresar la felicidad que sentía y declaraba una y otra vez que no sabía cuál de sus primas se convertiría en su favorita. Tenía muy en cuenta que una de ellas debía pasar un tiempo en su casa. Pronto se convenció que la indicada para todo aquello era Jane, pues la falta de conexión que, por esos días sufría, la hicieron merecedora de toda la atención que una naturaleza como la de ella podía entregar; y bueno, porque al fin de cuentas fue la única que no pudo negarse con firmeza como lo hicieron sus hermanas al momento de presentarse la oportunidad.

El tiempo de estar a solas para Julia y Gerardo llegó una vez que fue anunciada la cena. La habitación que fuera testigo del reencuentro familiar comenzó a quedar vacía, las voces eran un murmullo lejano a medida que todos se dirigían al comedor. Que Julia se quedase y nadie lo notara fue un alivio para su alma. Su actuar, de ahí en adelante, debía ser cuidadoso. Un movimiento en la puerta precedió la figura que anhelaba ver. Tener a Gerardo frente a ella no ayudaba a su claridad, sentía celos de sí misma por la manera en que había sido tratada, era como si ella jamás hubiera existido para él. Le molestaba en exceso que se preocupara tanto de una persona que apenas conocía, aunque se tratara de ella misma. Y cuando sus pensamientos no hacían distinción entre lo que era correcto y lo que no, se sorprendió al escuchar:

—Perdóname, nunca quise mentirte. He actuado como un cobarde. El miedo a perderte me ha consumido desde el día en que llegaste al hospital.

Las palabras de Gerardo resonaban en un confuso razonamiento que Julia trataba de aclarar. En varias ocasiones dio por sentado que Gerardo la despreciaría por cómo había conducido todo lo que los unió y estaba dispuesta a enfrentar con entereza su destino. Si estaba preparada o no para soportar un futuro sin él, era una respuesta que solo el paso del tiempo le daría. Antes que una nueva frase se armara en su cabeza el fuerte abrazo de Gerardo le impidió seguir pensando. Las palabras que había preparado para ese momento fueron desapareciendo una a una.

Cuando Gerardo comenzó, con ternura, a recorrer el rostro de Julia fue inevitable que ambos recordaran el primer beso. Julia al percatarse de la intención de Gerardo no pudo más que cerrar sus ojos y entregarse al momento. No supo en qué instante sus brazos se alzaron detrás del cuello de Gerardo para impedir que se separara de ella. Sentir su respiración tan cerca hizo a su corazón latir fuertemente, parecía que deseaba salir corriendo, pero ahí estaba: a la espera de que él decidiera calmar su ansia. Los segundos de espera parecieron eternos, pero al fin, una vez que ella logró abrir los ojos para saber qué sucedía, él, con una sonrisa, le hizo entender que era su permiso lo que esperaba para continuar y ante el impulso de Julia de atraerlo para sí, la besó.
 


—¿Sientes algo por mí ahora que sabes la verdad?—se aventuró a decir Gerardo, descansando su frente en la de ella.

Sin tener claro qué decir en ese instante, Julia, asintió con un leve movimiento. Segundos más tarde, la calma y claridad que producía en ella el silencio la llevó a decir que por absurdo y contradictorio que pareciera ella no estaba dispuesta a seguir con una mentira. Sabía a la perfección que ella era la culpable de la situación que estaban viviendo, ella había comenzado con el engaño. No entendía por qué razón Gerardo insistía en que todo aquello continuara, declaró, una y otra vez, que una relación basada en la mentira no podría fortalecerse jamás; que estaba destinada al fracaso.

Previendo que pronto notarían su falta en el comedor, Julia, logró que Gerardo soltara sus manos que, hasta ese instante, mantenía entre las suyas con firmeza. Antes que llegara a la puerta, Gerardo, con un  movimiento repentino, le cerró el paso y la besó nuevamente. Frente al asombro de Julia por aquella inesperada acción, Gerardo, con firmeza en sus palabras y en su mirada le dijo:   

—Julia, lo que sentimos no es mentira.